-Al fin llegué...-
Hay cosas, amigos lectores que no voy a entender nunca. Ahora que pude volver a Sudáfrica, me tuve que volver a la Argentina. El tema es así, el gringo Chiñarelli tenía pasajes y entradas para ver cuartos, semi y final, pero el otro día en el cumpleaños de su suegra se intoxicó con una ensalada con mayonesa vencida y me llamó desde el sanatorio. Fue conmovedor, desde el baño privado de la sala, porque aún le duraba la diarrea, me dice: me enteré de lo que te pasó en el Mundial, che. Fue una injusticia, porque yo escucho siempre QLM y me caen bien los muchachos, así que te paso los pasajes y las entradas, y te ordeno que vayas a cumplir con tu misión periodística. Fue tan conmovedor que no me importó abrazarlo en el inodoro, quedamos abrazados ten largamente que hubieran podido tomar una foto para United colors of Benneton. Así que le di un beso en la frente y rajé para el aeropuerto. El viaje en avión me permitió reflexionar varias cosas: una, que tenía varias posibilidades de ingresar esta vez porque no había barras bravas en el vuelo; dos, que leí en la semana varias declaraciones de los jugadores alemanes, provocando polvareda, así a la argentina. Me dije, ¿éstos guachos no irán a jugar a la argentina también? Con pelota al piso, peinando en algún tiro libre, haciendo algún caño, y goleando humillantemente. No, no, imposible. Por eso, cuando llegué sobre la hora, lamenté tanto que los continentes no estuvieran unidos como dicen que estuvieron en la época de los dinosaurios. Imagínense que hubiera sido como ir a ver el Mundial a Funes, a Roldán, a lo sumo. Lo cierto es que llegué sobre la hora, y en el aeropuerto no me hicieron historia, incluso un custodia me hizo como una reverencia cuando vio la credencial, plastificada esta vez, de "Quién levanta el muerto". Cuando llego al estadio, me retuvieron en la entrada, porque decía la traductora que eso era como en el Colón, que cuando empieza la función no entra más nadie. Así que escucho la primera pitada desde un pasillo que hay en la entrada, y a los dos minutos un estruendo de gol, le pregunto a un choripanero zulú que había allí, y poniendo la oreja en una radio que tenía en una repisa de lata me dice: goldeá, goldeá, goldeá, en un idioma gutural, que yo descifré rápidamente. Gol... de...á, éste me está queriendo decir gol de Argentina. Le compré un chori, un jugo de no sé qué, y empecé a tomar nota para el programa. Así que, después grité los otros tres goles también. Por eso les digo que hay cosas que no entiendo del todo, porque me morfé seis chori zulúes, hasta que empezó a salir la gente, preparé el grabador, y cuando salían los nuestros, les puse el micrófono en la boca, y lo único que me decían era: concha de su madre, que lo remil parió. No entendía nada, en eso encaro a un teutón, que venía con una botellita de cerveza artesanal, saltando y gritando mientras arrastraba las erres: cuatrrrro a cerrrro y se fueeeerrrrron...
Sí, ahí me di cuenta de todo y puteé y maldije a mi suerte. Recién llego y ya me tengo que volver. El zulú me reclamaba que le pagara los chori, yo le decía: no entiendo lengua, y cuando me estaba por dar una piña, vino el teutón y le tiró unos euros o algo parecido y me palmeó en la espalda, diciendo en un castellano extraño: pago yo, hijo, pago yo. Ahí pegué la vuelta y en un abrir y cerrar de ojos me vi paseando por la peatonal Córdoba de nuevo. Cronista: Raulo de la Luna