
REPORTAJE A JORGE CORBANI
Reportaje por
Agustín Malaponte
- En mi barrio se dice que ud. no escribe, corrige. Que nunca escribió: empezó corrigiendo. Esto avalaría la teoría de la tía de un amigo mío, peronista y de Central si bien erudita de las letras que honran a la derridiana humanidad, que dice que sólo hay plagio y que el plagio es una corrección del original, que a la vez es una corrección…de una corrección…de una etcétera, hasta llegar a un primer texto – el original – que Dios podría haber entregado a las manos de un Moisés o un Homero, pero quizá (pensaba esta tía de mi amigo), ese escrito de nuestro Dios era ya plagio reparado del de su Dios – el Dios de Dios – y así hasta llegar a…Bueno, en definitiva…¿Cuál es su descargo siendo que ud., como no es sabido, se vende al mundo público como “agnóstico”?
- Ah, querido Agustín, la derivación infinita que usted me plantea me remonta al concepto de tautología. Si fuera por explicar algo en sí mismo, no hay que repetir conceptos. Creo en la comprensión ensimismada, como la única posible. Pero es necesario romper la tautología a cada rato. Para ello, me remito quizá a mi concepto cumbre: el del Azar, ontológico por supuesto. “Elegir por elegir, pero cuando no elegir ya es elegir eso, y ante la imposibilidad de mérito previo, o habría que analizarlo de la misma manera”. Que si uno no elige está eligiendo, ya puede deducirse de mi gran amigo Jean Paul Sartré (que no llegara a jugar en la selección de Michel Platiní, ni de Just Fontaine), para quien la Nada era imposible, con justa razón. Pero yo lo aplico al universo todo, y no solo a su pesimista humanismo de posguerra. La otra gran diferencia (espero que sea considerado un agregado enriquecedor), es que mi restricción de la “imposibilidad de mérito previo”, creo responde cabalmente a su pregunta. Es necesario un punto de corte, para poder pensar y existir, en el que algo ya no se derive de otra cosa. Sino, habría que analizar esa cosa original de la misma manera, es decir tomándola como independiente. De este modo, todo es analizable y todo es derivado, pero se ponen límites convencionales en pos de la merecida comprensión. Como decía Albert Camus (gran arquero argelino-francés que tampoco integrara ninguna selección gala en otra clara injusticia de nuestro fútbol), “puedo perder mil veces la vida, pero no puedo vivir un segundo sin un sentido”. Y para él ni siquiera el dolor lo tenía, pero comprendámoslo también por la posguerra. Poniendo un límite a la derivación infinita de las explicaciones basados siempre en algo previo, no solo se comprende el presente, sino cada cosa por separado, el pasado y el futuro posible. Todo sirve al universo, al que “Algo” sea. Desde luego, no se puede pensar en cielos o infiernos, son solo símbolos, pero tanto la existencia como el plagio creativo, obedecen a estas leyes de comprenderse por la “elección obligada” del Azar, o igual se estará eligiendo. Como es un Azar que no es por Azar, excepto en el detalle fungible de la Forma particular, evidentemente intercambiable, es un avance del determinismo restringir así lo que todo el mundo siempre intuyó que en el fondo nos gobernaba, como es la suerte. Así, si todo este universo entonces tiene sentido para cumplir consigo mismo y no podía no-ser o eso-era, ya reconociendo un autodeterminismo supremo (no panteísta pues está despojado de toda connotación religiosa o de salvación), todo es una inequívoca corrección de ese gran autodeterminismo. Ahora bien, como dije antes, hay que poner límites convencionales para pensar, y eso incluye frenar la derivación en un punto en el que, solo convencionalmente, se diga que aquello es creación, y aquello otro una mera adaptación. Algo parecido a lo que ocurre con la música electrónica. Un creador nato diría que eso es adaptación, un músico electrónico que eso es creación. El límite es convencional, pero está. Sería una rebeldía sin sentido ignorarlo. Sino pregúntenle a Piazzola. Lo convencional ya me juzgará a mí. Siempre lo hace. Y aquí lo espero, con el cuchillo entre los dientes. Tan diferente y tan igual a como lo haría el Cholo Simeone...
- Volviendo al tema de mi barrio. Allá mucha gente comentaba sentada en la puerta mate amargo camiseta musculosa blanca y National en mano escuchando a River, que ud. parece ser el último sartreano resucitado, un espíritu a lo Frankenstein empecinado en resurrecciones de obsoletas monstruosidades extintas...Hay gente insidiosa que dice que ya hace muchos años que no se pueden tener experiencias, por lo menos en lo que a la literatura se refiere, y por lo tanto no hay nada en bruto que narrar, salvo aquello que ya fue narrado, a lo cual se lo llama hacer una parodia. Contar, dicen, sólo se puede con los dedos, y por lo tanto la literatura parece ser la estúpida matemática de un infante sin calculadoras …
- Una palabra, mil imágenes. Amigos cineastas sé en el fondo me odian por acusarlos de sensoriales y rescatar solo algunas películas que amo. Amigos músicos que podrían amarme, se conforman con no odiarme por ponerlos un escalón arriba de la imagen, quizá solo por limitación sensorial. Para mí no hay como la letra. La expresión capaz de mayor abstracción y de mayor precisión al mismo tiempo, en esa abstracción. Sin dudas la letra es la expresión que implica asumir más riesgos, porque es menos genérica, más específica. La palabra es mental, la imagen es sensorial y la música algo menos, la plástica todavía un poco menos, y a menor sensorialidad, más mentalidad, siempre y cuando se trate de palabras acertadas. Por eso, es mucho más riesgosa la palabra. Quienes me conocen saben que amo el riesgo aunque no soy suicida, justamente para poder correr más riesgos. Reconozco que la palabra tiene el déficit del idioma, que todavía no es universal. El inglés no lo es y además es un idioma limitado, comercial, que apenas Shakespeare doblegó a su antojo. El español sí es muy rico, pero es el segundo idioma. Y el más popular, el chino, está restringido a un área escueta. Creo que el esperanto está llamado a resurgir con más fuerza que nunca en pocas décadas. Será el segundo idioma de todos, lo adoptarán los intelectuales y luego el comercio. Será un síntoma de clase social, hasta que todos hablemos esperanto. Es imperioso unificar algo más que las monedas mundiales, aunque obviamente es más difícil con el idioma. Somos seis mil millones de gatos locos, que en cualquier momento perecen por un meteoro, y tenemos cientos de lenguas. Es una diversidad mal entendida. La diversidad para el sexo, el color, las comidas, las ropas, ciertas costumbres, las reservas naturales. En idiomas y monedas, igual que en ciertas leyes filosóficas, hay que apuntar a una unicidad fundamental. Qué vergüenza si vinieran extraterrestres ahora. Eso explica un poco todos los demás dramas de nuestra humanidad, sobre los que no quiero abundar en este momento. Pero basta este ejemplo de la lengua para narrar a la estupidez humana como un tremendo motor omnipresente. Me opuse a los Congresos de las Lengüas recientes, junto a García Márquez, y como ve no por motivos tan diferentes. En este contexto, querido Agustín, cómo no resucitar a Sartre paradójicamente hasta la muerte, y cómo no sentirse orgulloso de que la literatura sea la matemática de un infante sin calculadoras. Todo reside en rescatar a lo que valga la pena y mejorarlo. Sino fíjense en Don Ángel Tulio Zof...
- Entre un par de viejas de este barrio mío que le cuento, se cuentan (hablando de contar) algunas que dicen ser lectoras suyas, que parece que ya lo han leído a ud. (¿cómo? ¿Ud. publica ya)? y que lo tienen, inconfundiblemente incluso, por un escritor “dotado”. ¿Es eso cierto?
- Uno tiene el público que se merece (esto también podría haberlo dicho Perón). Pero si todavía no lo tiene, por solo haber hecho algunas exhibiciones preliminares, más vale que la mayor cantidad posible de personas lo consideren a uno “dotado”, en algún sentido... Por otra parte desmitifico la edad de mi público provisorio, solo mantengo que no he cometido la estupidez del estupro, aunque para tal afirmación haya que valerse de una confianza poco usual en la verbalidad de las personas, en un mundo masificado. Antes de ser goleador tras una lesión en mi dedo más importante (el pulgar derecho) yo era arquero, y como decía mi gran amigo y colega Juan Carlos Docabo, “más vale dotado en mano, que un incendio sin dotación a mano...”.