Anochecer del día 24
Hora indeterminada, por la posición de la Cruz del Sur y Las Pléyades en esta época del año calculo será cerca de la medianoche.
La Cooperativa ayer nos cortó la luz por falta de pago, pero en realidad es un error en la facturación, dijo Angelito. El sol de noche acá no existe, esto no es Islandia. Ja, ja. Es bueno ése, lástima que habría que dar algunas explicaciones.
El problema de los escritores mirado desde la perspectiva del mercado laboral y la división del trabajo es que hay mucha oferta y poca demanda, y la inutilidad evidente de la producción, cuando es buena, se reduce a señalar las fallas del sistema y las descollantes posibilidades para subsanarlo que son, por supuesto, inaplicables, en el tiempo y en el espacio de su enunciación pública.
Cuando no, esos zánganos profesionales, genuflexos lugartenientes de las estructuras anquilosadas, son la primera línea que redacta capitulaciones y bazofias corporativistas o cabildeos insoportables en nombre del poder virtual, o sus herederos putativos y contrarevolucionarios. A fin de cuentas, mejor que detener una revolución es evitar que pueda siquiera iniciarse. No hay mejor revolucionario que el que no nace.
La vela se apaga en 3, 2, 1
25 de noviembre
Hora sagrada del vino del encargado, son las 6 exactas.
Siempre odié Navidad y siempre la seguiré odiando, la diferencia acá en la granja es que no tengo muchos motivos para seguir sustentando ese odio de efemérides. La Navidad acá es otra cosa, la gente acá se junta, se perdona, se enmiendan los pecados, se hace acto de contrición y eso se celebra como un renacimiento. En Entre Ríos son todos rubios, blancos, ojos turquesa, pieles y ademanes suaves, media clase endémica, uno es propiedad de la tierra y no al revés, la tierra te posee y te dicta sus leyes, y la tierra, en donde se encuentra el mismo Cielo y todos sus degradés hasta llegar a algo que podría llamarse Infierno tiene sus delegados: los animales, las plantas, las alimañas voladoras que te pican a las que no considero dentro del reino animal sino a alguna clase de averno injertado para recordarnos las torturas que tendremos por nuestras maldades, o bien, un anticipo a plazos del mismo infierno, o bien, una enseñanza en cuotas de una filosofía Zen o transpersonal que nadie pide acá, pero todos aguantamos. Las alimañas voladoras ponzoñosas y nocturnas están en el top five de mis odios mejor ganados. Odio también a Fogwill y muchas otras cosas a las que no le he asignado un lugar específico en mi ranking. El día que me que leí los cuentos completos de Fogwill recuerdo haber pensado: “Vengo de leer a Fogwill, y estoy decepcionado.” Ahora aparecía la imagen del viejo en el viejo espejo de mi abuela paterna: Doña Euridice Benavidez del Cámpora y Castro y venía por mi vida con un Cuentos Completos edición ampliada con fuente Times New Roman 16 muy pesado, me golpeaba en la cabeza por detrás, yo caía rodando hasta los panales de las abejas africanas o hasta las matas de pasto del gato y me decía, finalmente irredento yo y humillado a sus pies hartos de clavos fogwillianos: “La palabra salva, la palabra sana, tiene poder y es mágica, pero no mata ni resucita, aunque si se puede coger con una novia de la juventud, como si uno fuera un dios aparte, a la que se ha dado por muerta en el mismo relato.” Y luego me despertaba.
27 de diciembre
Hora sagrada del vino del encargado, o sea, yo.
Nunca anduve en barco. Nunca vi un vampiro. Nunca fui punk. Me doy cuenta de que no he hecho muchas cosas en mi vida. Tengo 23 años y a disposición un vino más picado que la cara de James Wood antes de las cirugías. Tengo un vino que es buen actor aunque nunca llegará a ser un galán. Más picado que la cara de Charles Bukowski durante toda su vida, un vino aguantador que termina siendo místico. Tengo un vino, tengo una notebook en la que escribo un diario no diario y tengo un trabajo como encargado en la granja familiar de mi abuela que fue luego de mi madre. Escribo un diario que nadie vive, vivo una vida que nadie lee. ¿Por qué no me cae una bomba o un asteroide en este mismo momento y me extermina?
3 de enero
La noche. Noche, noctem. La noche siempre es noche, la literatura siempre retórica. Alguna hora de la noche. Algunas palabras retóricas. Las horas se retuercen en la noche. La noche salva.
4 de enero
Hora del encargado sagrado vino, luego de la tercera copa.
Para los griegos la primera copa era la de la alegría, la segunda la de la sabiduría, la tercera la de la orgía. Demócrito dijo: una vida sin fiestas es un largo camino sin posadas. Mi tío dijo: ocupate de la granja hasta que la hipoteca se ocupe de ella, tratá de llevarla adelante, hacé una familia, tené algunos hijos, ofcors, austrohúngaros argentinoides. A Enrique le gusta dar consejos desde que nació parece, consejos como conejos en una granja conejeril, salen como piña de Mohammed Alí o como perdigones de una escopeta, no te matan pero te molestan. Hay una escopeta cargada con perdigones sobre la chimenea de la sala y tengo dos armas cortas, una en la cocina, otra en el dormitorio. No sé para qué, las abejas no tienen enemigos mortales y no sé disparar ni una indirecta. Odio las abejas y la miel al mismo tiempo. Odio escribir esto, odio odiándome odioso odiado. Odio a Macedonio y a sus tatarabuelos apícolas, y odio a quien me lo puso como peón oficial primero.
5 de enero
Ahora, pocos minutos luego de la pelea.
Macedonio no, yo tuve, tuvimos una discusión frente a casi todos los empleados de este texto. Ok, es el único en libros y conoce al resto de los empleados, quienes para mí representan la inhospitalaria sensación de cruzar la página en blanco, está en la granja desde los 5 años, cree que sabe cómo tratar a las abejas y todo lo que hay que hacer pero si no le pagan entonces no lo hace. Quiere aumentar, quiere subir, quiere crecer y aparecer. Quiere quedarse con todo y hasta con la última palabra y no sólo, lo peor es cuando me acusa de plagiar a Fogwill. “Tus recursos son sus recursos” me dijo. “La vida no es retórica, no es experimento, no es escribir con la mano y borrar con el codo, no sos Dios, ni siquiera un dios menor ni el espíritu pequeño de una pequeña hierba, si al menos pudieras cogerte a la mina idílica, aristocrática y refinada de tus sueños, pero ni eso”.
-Vos qué sabés si yo no soy dios y te estoy escribiendo.
-Porque no sabés lo que voy a hacer ni cómo.
Levanté la escopeta cargada con perdigones de hace mil años y le apunté al pecho sin saber si dispararía y si dispararía lo que sabemos. En menos de diez segundos podría suceder lo siguiente:
a- la escopeta dispararía, algún perdigón le daría en la cara o en el pecho o en los dos lados y yo me vería con un muerto o un moribundo encima.
b- la escopeta estaría absolutamente fuera de combate y yo quedaría como un idiota en cuyo caso podrían suceder dos cosas.
a- Macedonio se iría y todos se enterarían del episodio lo que no sería muy bueno para el ulterior desempeño en mis funciones en la granja. En este caso podría pensar en matarlo de una forma rápida, eficaz y premeditada lo que le daría un sentido heroico a mi vida, aunque trágico.
b- Macedonio sacaría algún arma corta, una navaja retráctil o simplemente un facón de estilo revival y yo, mirándolo como sin comprender, estaría en las mismas condiciones que un nido de pichones frente a un gato pudiendo morir en ese mismo instante.
La escopeta de mil años podría disparar mi muerte, pero a la inversa, de alguna forma dispararía, pero por la culata, metafóricamente hablando. Después pensaría yo en mi muerte, y en la muerte en general y comenzarían las generalidades: las ventajas de estar muerto, el fin del odio y de todas las posibilidades, el suicidio, la eutanasia, los finales truncos o infelices, la hora señalada de la muerte, la muerte como pasaje a un tren fantasma. La muerte del autor y de todos los supuestos literarios.
Al otro día escribí esta breve necrológica para finalizar el diario, le adjunté una foto con mi traje de cuero de color crema y la envié por correo electrónico, aunque nunca me la publicaron:
6 de enero
Demetrio Naranjo, peón de la estancia Los Relatos, encontró sin vida al encargado del establecimiento bicentenario Don Lucio Benavidez del Cámpora, sobrino nieto de Macedonio Fernández, quien como era su costumbre según narran los empleados cenaba solo mientras registraba en una grabadora portátil ideas para una primera novela. Las primeras pericias revelan que el occiso falleció por asfixia con un trozo de pan y estaba vestido con ropa de cuero con colores crema, como solía hacerlo los domingos, generalmente en esta época del año.
2010
Fogwill