"lAs CaLuMnIaS dE pUtA cIuDaD pErTeNeCeN aL pUeBlO"


sábado, 29 de mayo de 2010

AMIGO CORSARIO





Algún escritor famoso dejó de fundar una colonia anarquista paraguaya espantado por los mosquitos. El padre de otro más famoso ni fue por no dejar a su novia, la madre-concubina del escritor más famoso. Los mosquitos de acá de los años 80 no eran los de ahora, amortiguados por la eficacia que fumiga del socialismo. De diciembre a marzo no había Off que los callara. Se iban espantados por las heladas, que de vez en cuando se llevaban algún Homo Sapiens de paso. Eran épocas de sabañones por lo menos. Caminar 6 cuadras a la escuela a las 7 de la mañana era un sacrificio de aquella época. Hoy no será común en los derredores del centro. Hay que agradecerlo quizá a los criminales, choros (chorros), abusadores laicos de niños que merodean ahora –que el Estado no monopoliza el terror- por las calles. Los niñitos de los 80 vivíamos en la calle, porque sólo había dos canales, ninguna Play, y estaba lleno de canchas. Jugabas a aquello que se llamaba ring-raje, organizabas batallas con cantos rodados por municiones contra unas cuantas líneas de colectivos. Poblabas la plaza a pelotazos todas las tardes. Tomabas el 6 solo desde los 8 años, y andabas el centro y el barrio sin el carretel del celular, ni siquiera una línea de teléfono casero, y te agarrabas al pasamano de los asientos que estaban a la altura que tienen ahora los del techo, una horizontal a la cabeza. Conocías el barrio y el centro solo. Andabas la ciudad con una mochilita en mano. Pero el centro protegía. Circular por el barrio era el riesgo. Riesgo menor. Asuntos del coraje, que no es algo que atañe a cuchilleros virtuales de la literatura nacional; es –o era- cosa de chicos. Cualquiera que tuviera un año más o viniera de a dos ya era un peligro posible. Se era por entonces imberbe pero sí que se era enano. Niño enano, niño, enano. La ciudad era de los gigantes. Se los suele conocer como adultos. Sólo ciertos niños y ciertos crotos los descubren. Veías desde lejos al viejo estrafalario, huraño, linyera. Una ventaja de la niñez, que siempre hay algo esperando por ser extraño, hasta en las paredes sordas del ajetreo de autos y autómatas. Ahí en las paredes descubriste algo que después descubriste que –a sobra de palabras- podría llamarse literatura. Más bien en las paredes, no en Salgari. Billiken. Colección Roja.