
por Diego Sánchez
"Como pasó con Charly Garcia,
y en algún punto también con Maradona,
Dalmiro Sáenz nunca pudo superar los años 80".
En el mundo hay (1) cínicos y (2) mártires. Esa es mi antropología de hoy, día 7. Desde luego esto no quiere decir que un cínico no se convierta en mártir o al revés, un mártir en cínico, ni que, de alguna manera, no se pueda jugar en los dos equipos al mismo tiempo – tal vez en dos ligas diferentes -. Desde este punto de vista – contra lo que dicen los Evangelios -: se puede servir a dos reinos.
Dada la discusión instalada entre los hacedores y allegados del blog (la inclino porque odio la palabra instalada: la podrás cambiar por “establecida”) en torno a la naturaleza o esencia o concepto del ser de Raúl Alfonsín, me vi instigado a forjar esta antropología filosófica del día de hoy. Hoy me parece eso: que Menem sabe que miente, lo suyo es el culto del sofisma. Yo a Alfonsín lo ubicaría – insisto: hoy – en la tribu urbana de los constructores de paralogismos.
Como nadie sabe o todos saben y Wikipedia también, el paralogismo es un silogismo o entimema falso pero – oh Kant – sin mala voluntad, de buena onda, sin vocación de engañar, al contrario del sofisma. Yo postulo hoy que más bien Alfonsín es un hombre del paralogismo. Incluso un poeta si es que los poetas – es una tesis que si mal no recuerdo es de Platón – son aquellos que no saben que mienten porque, en todo caso “no saben lo que dicen”. Uno en la vida, o mejor en cada caso o circunstancia, circuito o campeonato (porque la vida es demasiado larga y ancha y uno, suerte de gato sincrónico, siempre tiene como 6 o 7 vidas todas juntas) tiene dos opciones fundamentales: o la juega de cínico o la juega de mártir. Y Alfonsín, por lo menos así lo veo hoy, en su calidad de político y hombre público, jugó más bien en este último equipo.
Hay mártires de todo, hasta de la tranza, el dialoguismo y la República.
Lo que siempre pasa es que en cualquier empresa de la vida, o del rubro que fuere – por ejemplo un partido político o una fracción de él -, y en cualquier colectivo que un mártir monte funde o participe, estará siempre acompañado de un número de comparsas de cínicos así como también siempre tendrá sus viudas y sus apóstoles que morirán en vida con él y por él. El mártir inventa a su cínico y viceversa. Hipótesis del día 2.
Hay mártires de todo, hasta de la tranza, el dialoguismo y la República.
Lo que siempre pasa es que en cualquier empresa de la vida, o del rubro que fuere – por ejemplo un partido político o una fracción de él -, y en cualquier colectivo que un mártir monte funde o participe, estará siempre acompañado de un número de comparsas de cínicos así como también siempre tendrá sus viudas y sus apóstoles que morirán en vida con él y por él. El mártir inventa a su cínico y viceversa. Hipótesis del día 2.
No hay buena voluntad que resista un psicoanálisis cosmo-ontológico, o sea: la sospecha es como la justicia: igual para todos y así son los móviles de la llamada naturaleza o condición humana. Desde esta preceptiva o perspectiva el mártir no pasa de un caso o un tipo, o sea una entidad que queda más allá del bien y del mal y de cualquier participacionismo en la Idea de Bien. Por otra parte el cínico no tiene por qué perseguir el mal, ni menos quemar el mundo o imponer bajo cualquier condición su obra o su raza. También está más allá (del B&M, bien y mal). Los mártires pueden acabar en el fascismo – o comenzar – o llevar a un pueblo – no sólo a sí mismos – a la ruina. El cínico puede conducir a un grupo étnico, sector social, o incluso a un Estado-Nación, a su mejor situación histórica. Por un momento pienso en dos figuritas: el conciudadano Lisandro de la Torre (hay llamado Arroyito) y el ubicuo Juan Perón. Ex Godoy.
En fin, yo qué sé.
Había que postear algo sobre lo que sucedió la semana pasada y me incitó un artículo que publicó Juan Terranova en Perfil, a quién corresponderá devolverle un modesto desagravio después de haberle soltado los perros uno de nuestros temibles “narradores”. Después de ver el regreso en estado de momia catatónica de Charly García, cuya nueva situación anímico-motriz viene a constituir la imagen de salud que ofrece la patria palito-leoniana (un estado de gracia o nirvana entendido como la continuación sin ortopedia del chaleco de fuerzas), de ver la insólita derrota de la selección de Maradona y ver las 24 de corrido el asunto-Alfonsín, entendí que latía algo raro, que esas tres figuritas se mancomunaban en algo que desconocía. Efectivamente, como anotó Terranova, ese algo son “los 80”. Son, esos tres pastores, las tres caras salientes – para nosotros, los adolescentes menemistas, los nacidos con Videla y crecidos sin poder - de lo que se nos aparece como una especie de edad de oro insuperable: los 80. Un tipo de plenitud vital, y plenitud social, rubricada por el acompañamiento ejemplar y apoteósico de Piano Bar, México 86, Clics Modernos, el Nápoles, Palma y Carlovich, las cornetas blancas y rojas de diciembre del 83 y la famosa primavera R.A.
“Alfonsinazo en la provincia de Perón”, “Maradona no perdona”, “Vamo’ a bailá’”.
Sí, “los 80”, son insuperables… Charly y Diego y también Papá Alfonso hallaron el ápice, el cenit, el acmé, y con él nosotros (yo y yo, por lo menos). Y de ahí en adelante: cuesta abajo en la rodada o la Rosada, caída libre y afianzamiento de un destino épico, que alguien – al contrario de esos tres, entonces en el exilio y en la clandestinidad – llamó así: estancamiento y desastre. El Maradona menemista y el García Lange menemista – más que Aira – son la continuación por otros medios – en acto – del Ova Lamborghini, el mártir nacional ejemplar de los 80. Uno que, con todas las letras, literalmente, no pudo superar los 80, que coronó ahí su obra y su vida.
Y párrafo final para un escritor llamado Dalmiro, un viejo verde encantador cuyos libritos minúsculos de Torres Agüero Editor yo robaba a diestra y siniestra en las librerías de ese entonces, y que era la cara visible del escritor industria nacional en la T.V. y revistas en esa era posborgeana, el escritor del destape alfonsinista al que hoy nadie lee, del cual guardo en la memoria una frase que viene bien ahora que hablan del regreso bloguético de la literatura del yo empeñada en mandar al yoismo al pedo o almismo ayoico de Fernández y Marechal al cuarto de los trastos y los papers. “Escribir sobre uno mismo es un poco incómodo. Yo por eso generalmente prefiero escribir sobre una mesa”.
Y cierto- Words, Words, Words - ya nadie escribe sobre las mesas.
En fin, yo qué sé.
Había que postear algo sobre lo que sucedió la semana pasada y me incitó un artículo que publicó Juan Terranova en Perfil, a quién corresponderá devolverle un modesto desagravio después de haberle soltado los perros uno de nuestros temibles “narradores”. Después de ver el regreso en estado de momia catatónica de Charly García, cuya nueva situación anímico-motriz viene a constituir la imagen de salud que ofrece la patria palito-leoniana (un estado de gracia o nirvana entendido como la continuación sin ortopedia del chaleco de fuerzas), de ver la insólita derrota de la selección de Maradona y ver las 24 de corrido el asunto-Alfonsín, entendí que latía algo raro, que esas tres figuritas se mancomunaban en algo que desconocía. Efectivamente, como anotó Terranova, ese algo son “los 80”. Son, esos tres pastores, las tres caras salientes – para nosotros, los adolescentes menemistas, los nacidos con Videla y crecidos sin poder - de lo que se nos aparece como una especie de edad de oro insuperable: los 80. Un tipo de plenitud vital, y plenitud social, rubricada por el acompañamiento ejemplar y apoteósico de Piano Bar, México 86, Clics Modernos, el Nápoles, Palma y Carlovich, las cornetas blancas y rojas de diciembre del 83 y la famosa primavera R.A.
“Alfonsinazo en la provincia de Perón”, “Maradona no perdona”, “Vamo’ a bailá’”.
Sí, “los 80”, son insuperables… Charly y Diego y también Papá Alfonso hallaron el ápice, el cenit, el acmé, y con él nosotros (yo y yo, por lo menos). Y de ahí en adelante: cuesta abajo en la rodada o la Rosada, caída libre y afianzamiento de un destino épico, que alguien – al contrario de esos tres, entonces en el exilio y en la clandestinidad – llamó así: estancamiento y desastre. El Maradona menemista y el García Lange menemista – más que Aira – son la continuación por otros medios – en acto – del Ova Lamborghini, el mártir nacional ejemplar de los 80. Uno que, con todas las letras, literalmente, no pudo superar los 80, que coronó ahí su obra y su vida.
Y párrafo final para un escritor llamado Dalmiro, un viejo verde encantador cuyos libritos minúsculos de Torres Agüero Editor yo robaba a diestra y siniestra en las librerías de ese entonces, y que era la cara visible del escritor industria nacional en la T.V. y revistas en esa era posborgeana, el escritor del destape alfonsinista al que hoy nadie lee, del cual guardo en la memoria una frase que viene bien ahora que hablan del regreso bloguético de la literatura del yo empeñada en mandar al yoismo al pedo o almismo ayoico de Fernández y Marechal al cuarto de los trastos y los papers. “Escribir sobre uno mismo es un poco incómodo. Yo por eso generalmente prefiero escribir sobre una mesa”.
Y cierto- Words, Words, Words - ya nadie escribe sobre las mesas.
