"lAs CaLuMnIaS dE pUtA cIuDaD pErTeNeCeN aL pUeBlO"


viernes, 6 de marzo de 2009

EL MONSTRUO DE ROSARIO


por Juan Carlos Gómez





Cinco cosas de la Argentina lo impresionaron vivamente a Gombrowicz por sus dimensiones descomunales: el río Paraná, el Aconcagua, las cataratas del Iguazú, el monstruo de Rosario y Mar del Plata, e intentaba que los polacos que no conocían el país se formaran una idea sobre estas cosas.
"Es posible que cada uno de vosotros, oyentes, sonría compasivamente, ya que para vosotros, en Polonia, el Iguazú, si lo miráis en el mapa, está de hecho muy cerca de Buenos Aires, y el alto Paraná no es ni mucho menos el salvaje Amazonas. Pero ya hace tiempo me di cuenta de que las proporciones cambian cuando uno se encuentra en la Argentina.
Desde la Argentina, Europa parece estar mucho más próxima, como al alcance de la mano. Pero al mismo tiempo las distancias interiores de este enorme país se hacen más grandes por el simple hecho de que nos enfrentamos con ellas personalmente"

El alto Paraná no es una zona segura, los hombres, los reptiles, los ríos, los insectos, la tierra y el cielo, son primitivos y están impregnados de la soledad del mundo salvaje.
Después de las aventuras del viaje en barco, Gombrowicz finalmente baja en el puerto de Iguazú. Ya había notado que los nervios de los argentinos estaban en mejor estado que los de los polacos, pero el polaco es más resistente.
Diversas histerias roen a la Argentina, histerias nacidas del clima, de la historia y de la mezcla de razas y de herencias. Pero cuanto más conocía el norte, más notaba que la gente era más nerviosa, más menuda y más inclinada a toda clase de perversiones.
Las cataratas del Iguazú son como un arco iris de cataratas que se precipitan con un ruido atronador en un semicírculo envuelto en niebla y vapores imposible de abarcar con la mirada.
Y de la misma manera que le había ocurrido con el Aconcagua nota la unión sorprendente de la inmovilidad con el movimiento, las cataratas parecen estar inmóviles a pesar de que todo en ellas se mueve en medio del estruendo.
"Lo más curioso en el Iguazú es precisamente la insólita y hasta indecente perdurabilidad de las cataratas que debieran cortarse, agotarse, acabarse a causa de un desgaste de energía tan terrible..., y, sin embargo, el agua sigue cayendo de arriba abajo, y las espumas, los arcos iris, las luces y los temblores están ahí casi por la eternidad"
El argentino, habitante de ciudades, en medio de sus calles llenas de tiendas iluminadas, de buen grado se olvida del desierto salvaje, de la pampa y de la jungla que acecha en lo hondo del país, prefiere ignorar la existencia de lo primitivo en su propia casa.
Al delicado burgués argentino se le pone la carne de gallina cuando toma contacto con lo salvaje que aún no ha sido domesticado. Pero también se la ponía la carne de gallina a Gombrowicz, a él le gustaba lo salvaje y lo primitivo sólo si el camino que lo conducía a ello era confortable.
El clima de las cataratas termina por destrozarle los nervios, al cabo de unos días dice basta y se embarca rumbo a Buenos Aires.
Hacen una escala en Rosario, y la ciudad lo recibe de una manera estrafalaria. Cuando le pregunta a un transeúnte dónde podía desayunar, el pobre hombre emite unos sonidos inarticulados, Gombrowicz piensa que es un sordomudo y sigue su camino. Con el segundo transeúnte que tropezó tampoco tuvo suerte, esta vez el hombre balbuceó: –Uoebeeeaglugluglu. Pensó si no sería una estratagema preparada por los hombres de letras que no le tenían simpatía, no podía creer que en un trayecto tan breve se hubiera encontrado con dos sordomudos. Con mucho temor interceptó al tercer transeúnte, pero este le contestó en forma humana.
"Rosario es la más fea de las grandes ciudades argentinas; en cuanto a cantidad de habitantes, iguala a Varsovia, pero es pueblerina hasta la médula de los huesos. Es curioso: toda esa masa de gente hasta ahora no ha creado ningún movimiento cultural, artístico, aunque tiene una universidad, y no se trata de una urbe obrera, sino de una ciudad de empleados, comerciantes, vendedores ambulantes y empresarios de todas clases. Pero sus necesidades espirituales quedan satisfechas con el juego de billar.
Cada país tiene su monstruo. En Rosario a cada paso se puede ver al monstruo representativo de la Argentina: es un tipo regordete, mofletudo, de mejillas rubicundas y brillantes, un bigotito negro de tenor, el pelo engomado, ojos sensuales, con un reloj, un anillo, de elocuencia fácil y abundante, de una familiaridad y cordialidad afectadas, que aspira la sopa, se hurga los dientes con un palillo y está encantado consigo mismo... ¡Dios mío! ¡Qué monstruo! ¡Emana una idiotez imposible de soportar!