
La vedette cuyana y libresca María García ( http://www.maria-garcia.com.ar/ ) aterriza en las barrosas tierras rosarinas con uno de sus últimos libros ("Memorias de una meretriz"...) infaustamente intervenido por uno de los escritores locales más indeseables del medio. Quienes logren sortear el prólogo podrán hacerce del libro de María en la librería "Buchín" de Entre Ríos al 700 o solicitarlo al blog (quienlevantaelmuerto@gmail.com).
PRÓLOGO ROSARINO A
"MEMORIAS DE UNA MERETRIZ ABDUCIDA"
Son las 14: 48 del día sábado. En este momento me parece que el arte del prólogo tiene una ventaja que es ésta: uno puede hablar de sí mismo, o sea de sus ideas; pero en homenaje a otro, en apertura a otro, en inauguración de un producto de otro. Y otro, un abismo. Los famosos de Georgie son así, un énfasis perpetuándose, excusa alterogénica de una tentativa al tanteo de autobiografía in progress del objeto literatura. Igual yo no voy a tener la suerte de bocetar una teoría de dicho arte a lo largo de una vida dedicada a facturar prólogos, ya que a estos efectos es casi la primera vez que me llaman, la primera que contesto, y casi la última. Como cualquiera puede hipotizar – yo también - : la escritura es una crítica del habla, y la autobiografía de otro. Si uno no escribe para ser otro (otro de qué es el tema… sí), o sea: para estar en otra parte, en otro tiempo incluso… bueno que se haga famoso entonces. Hacé otra cosa. La cita a la que yo más voy, de las obligadas de Borges, es ésta: “Felizmente, no nos debemos a una sola tradición; podemos aspirar a todas”. Esto significa también que no hay por qué ser el perro de un estilo; podemos aspirar a ser el perro de varios. La historia entera del texto – por llamarle así - está a nuestra disposición, y no sólo el microfascismo ambiente del etnogrupo en el que fuimos arrojados, la vocería gramática de la obviación generacional. El “lector” es alguien que está siendo abducido: desaparece. Si un texto no te borra el contexto, no hay texto. La vida de este espécimen en presunta extinción, podrá tener que hacerse cargo de esas dos formas de tragedia sociológica que cualquiera llama bovarismo o quijotismo. La vida no tiene importancia. La escritura del lector, eso: el famoso Pierre Menard. Eso importa. Después, vendete a vos mismo como escribiría un otro de Pessoa, volvé al darwinismo, adáptate y anda. Al medio, al fascio, a la Historia.
María me pidió que le hiciera “un prólogo rosarino”. Ok. Inventemos el género entonces. De la grasada de citar a Borges – todavía ocurre – avancemos a algo más heteróclito. Y rosarino porque voy a citar a Fito Páez. Impertinente, acaso, que un seudosujeto de tan frondosa biblioteca ceda a este objeto venido de esotra fuente alterna. Pero uno de los prólogos que más recuerdo de la infancia del prólogo era uno efímero que el rocker littoraleño dedicó a una antología de la poesía del rock argentino y que comenzaba: “nunca me gustaron los prólogos” y terminaba al toque. Bueno, a mí siempre me gustaron los prólogos, más creo que los textos. Leo los textos para entender los prólogos. Qué lindo es el prólogo ensimismado ¿no? Es un género también, el prólogo acerca del prólogo, el prólogo que reflexiona el prólogo. El prólogo lo es todo en la vida; perverso soy. No me saquen de los goces preliminares, que eso es la vida, una coartada al éxtasis, aplazar el fin[1].
Luciano García,
Rosario,
Sábado 9/8/08, 15:43 hrs.
[1] Como ya lo notarás, he escrito este breve prólogo antes de haber leído el libro, Lector: estemos a mano (Domingo 16:13).
