
No soy yo cuando escribo, se me inflan las venas, los músculos se crispan, no soy yo. No. No soy yo cuando escribo. El pelo me crece un poco y se vuelve hirsuto. Aumento de tamaño creo. No soy yo cuando escribo sino que me brota como un, no sé, como un alien, como un alguien que se hace piel e insufla desde el interior; en principio los ojos blancos, rojos, los zapatos me van quedando chicos mientras el teclado Genius se expresa: clap clap clap, clip, clip, y la pantalla es un desierto de luz platónico, si alguien me viera por la ventana, quedo en bermudas creo, en bermudas rotas – estilo informal – es como un autoparto, oh el texto, un parto de ameba ultraviolenta, la camisa se me va haciendo añicos, queda medio tipo top, o chalequito ochentoso, cuando estoy escribiendo, no puedo largar, no, no puedo salir, dejar, no puedo esperar: un párrafo o un verso: diez horas de gimnasio, me voy poniendo verde, doy miedo, 138 kilos de masa crítica textualmente, estoy verdé, no soy yo cuando escribo.
[Y luego debo huir, de ciudad en ciudad, como una forma de volver a mí. A ser un pichi que padece la persecución de los giles, la injusticia del mundo.]
“Si todo el mundo alrededor piensa que estás muerto,
yo veo la transformación y la estoy sintiendo”
L.G.