
(“Ensayos Bonsai” de Fabián Casas)
Por Luciano García Lange
UN BONSAI QUE SE HIZO SECUOYA
Leídos en el medio de la mar de Internet los artículos de éste ulterior libro eran una cosa. Es evidente que dejan de serlo, se hacen otra convertidos en libro; no sólo en libro, en libro lujoso, en un artículo-Emecé. Fuera del prestigio del nombre, autoral, en el medio de la infinita, de la monstruosa e impersonal Biblioteca del Presente de la Web, para un lector desapacible, no demasiado apegado a la trama de la mitología de autor, en este caso de autor emergente apenas ex joven en vertiginoso ascenso a primera, esos petit ensayos, en cierta manera, en su forma, ortodoxos dentro de las delimitaciones del estilo general del género en el medio – la Web ¿no? -, provocan un determinado efecto, que resulta muy distinto en esta segunda instancia ya en forma de libro de la colección de Emecé. Al menos es lo que sucedió en la experiencia de este cronista. Mi nombre es Pirulo, critico libros. Y gente.
Pero se puede presumir con bastante probabilidad que es una experiencia poco subjetiva. El arte de la escritura, en este momento de la historia, está condenado a vivir en dos mundos. La Web y el Libro, que son dos mundos aparte que alteran seguramente los efectos de una lectura de una manera cabal. Una misma cosa – texto – en la Web es una cosa, en el Libro otra. Nos encontramos, señores, ante una nueva esquizofrenia rotunda que surca el cerebro del lector actual, diremos del lector actual de literatura, que, como el héroe de la modernidad de Berman, vive, mejor dicho lee, en dos mundos. Sí, la experiencia literaria es hilemórfica. Comprende una forma que es el texto pero con un sostén material, hoy bifurcado, que incide, parece, dramáticamente en su circunstancia. Un problema para el lector y el escritor que trabajan o fruyen en ambos frentes. Ya la escritura misma era una esquizofrenia clavada en el habla. Hay tropos para el libro y tropos para la Web, efectos de estilo para uno y para otra, y en este período de la historia mundial de la lectura, donde todavía no se asimila el impacto estético del nuevo bipolarismo, comienzan a suceder cosas raras.
Pensé: debe de ser el “efecto Aguafuertes Porteñas” versión dos (Pero no sé muy bien lo que pienso).
Uno, yo, Pirulo, como evidente y ejemplar lector bipo leí de dos maneras bien distintas un mismo texto que en la Web, al margen de las perspectivas de las cosas, ideas y pasiones que allí se enuncian, como estilo y sus efectos, no daba impresión otra que la de cierta venia con el común, versión afortunada de los comunes declives de un estilo al cabo colectivo, pero que leídos dentro de una cadena de lecturas que es la del Libro y sus eslabones son la historia del ensayo ocurrió en esta subjetividad sin sujeto que critica libros – yo, uno: Pirulo – una impresión de revolución y novedad rotundas. De pronto me imaginé que todos los pibes de barrio leidos íbamos a empezar a publicar masivamente “ensayos” en Emecé – ¡en la cadena de Borges! -. Sería bueno… ¿O no?
EL TAMAÑO DE MONTAIGNE AL BONSÁI
El tamaño es algo que a los ensayistas les importa; a las ensayistas no porque incluso, no creo que las haya propiamente hablando... Yo nunca le hubiera puesto a un rejunte de ensayos, ese probable género inventado por Michel de Montaigne, “El tamaño de mi esperanza”; viniendo de ahí se presta al chiste fácil. El bonsái-cize es el tamaño Montaigne. El de “lo bueno si breve” fue Gracián creo. Montaigne usaba, se sabe, el “ensayo” para quejarse por su tamaño. En fin.
Que el ensayo es una debilidad argentina… es probable. Es la debilidad del pensamiento argentino. Es la debilidad del pensamiento argentino la que lo hizo fuerte. Como se lee en la vieja Masshedoña (de paso promoción, una muesca más en Google): los papeles de un argentino perdido en la metafísica o la debilidad de un fuerte.
Yo personalmente ensayo errores. No, no improviso. Juro.
En un libro de entonces el antifilósofo rosarino Juan Bautista Ritvo le llamaba, al ensayo nativo, épica de sombras. No sé que quiere decir esa frase coqueta. Pero debería querer decir de sombra a la universidad. El ensayo se teje a la sombra de la universidad, ya bajo su sombra ya haciéndole sombra, o ya haciendo sombra con la universidad. Platón & Yo. Tiene también razón el filósofo de Saldán Vega cuando dice que el ensayista se pone en general en una posición heroica o de prócer. Hay algo embalsamado en el ensayo, por lo menos: enyesado. A veces el escritor escribe sin el cuerpo, lo pierde escribiendo, o con el cuerpo todo roto, pero el ensayista es un tipo que escribe enyesado, con el cuerpo entero, con el cuerpo entero enyesado. Al menos no “con la mano ortopédica” como diría O.L., con esa se escriben las tesis. Más bien los escritores escriben en el ensayo lo que falta, y escriben con la que falta: con la otra mano, con la otra mano cervantina. Son Cervantes zurdos, porque les falta la derecha, y con esa los escriben, me parece.
Sin entrar en Borges o Martinez E., menos Lugones, ni nada de esa época, la generación de los viejos actuales, de los que comenzaban a escribir ensayos cuando Borges ya se dedicaba solamente a hablar, a cuchichear con Bioy o a responder reportajes automáticos, porque escribir ya no veía, se autoplagiaba, se dedicaba a completarse, a Completar la Obra de Emecé, produjo, a la sombra de la universidad y a la de Borges y Macedonio (que, hay que insistir: nunca fue ensayista: chateaba con su sombra) una serie de productos/ciones de cierta excelencia/dencia.
Esa generación tiene ciertos maestros del ensayo, que, ya que estamos con las sombras, vivían, viven, a la sombra o en la sombra de los greatest hits de la ficción, de los grandes escritores.
Germán García, Horacio González, Tomás Abraham, también Libertella y Otros, seguramente son los mejores “ensayistas” de esas camadas. Los de esa edad que han hecho carrera de ensayistas.
De la carrera de esa edad cansados llegamos a Casas. El ensayo es, además de en la cultura – eso es en todos lados -, un malestar en la escritura. En la cultura, hoy, lo que hay, es un malestar en, o con, el ensayo. La Web, por ejercer el improbable pero verosímil tropos de la hipérbole, va a acabar con el ensayo; o sea: va a terminar fortaleciendo al paper, haciendo del paper una fortaleza, una fortaleza para la impersonería estatal del pensamiento, el refugio de los Hegeles contra la montaña de impromptus e improperios de los Montaignes ipso facto de hoy. Entre el posteo y el paper quedará poco para esa antigualla; queda le bon essai d’aujourd'hui, le bonsái. De los árboles al rizoma, y del rizoma al bonsái. Cambió la bocha.
SCHOPENHAUER CON ZAPPA
Es gratis decir que el “boedismo zen” sintetiza algo del viejo par Boedo-Florida: Schopenhauer, que por la época era sólo leído por los nenes bian de Florida tipo Borges (bueno, sólo por Borges y M.F. en realidad), llega después de largas décadas a la biblioteca de Boedo. No a la de los marxiprogresistas de “Los Pensadores” sino al Neoboedo peronista-crítico roquero-crítico y fana del Ciclón. Hay algo antinischeano, compasivo y budístico en Casas, sí, pero también algo como de bonapartista cultural, un poco al estilo bonancible de Horacio González, pero afuera de la Universidad; porque Casas estudió filosofía pero no se dedica al sintetismo y reseñamiento usufructuario del producido creativo-académico de la crítica-ficción argentinista. Las piecillas desquiciantes que arma Horacio González con los restos filosóficos de la producción crítico-conceptual local tienen por propósito más que hacer de goma, maleabilizar el horizonte de sentidos del mundo académico nacional, sacarlo un poco de quicio y un poco a la calle, como la novela macedónica, que quería “salir a la calle”. Pero de “calle” poco Horacio González; de mediatismo más: hay algo de ontología – neocriollista – del presente; más es una política pro enrarecimiento de los papers, sacados del Discurso Único de la Universidad e intervenidos por la vieja operatoria que rescata el “frangollo”: “la sintaxis de mudanza de la oratoria textista del hombre confuso”, del hombre confusionista mejor. ¿Es que esa generación criticista agotó a Macedonio? Casas es el caso de un yopenjaueriano no macedoniano: arltiano. Macedonio se ha convertido, en la última década, en un objeto de culto de los hacedores de tesis que no quieren leer a Hegel en alemán. Ha pasado del culto al Texto al culto del Curriculum de la posmetafísica-Kitsch, estado actual de la joven filosofía académica nacional, de la jovenguardia de los congresos. Mi filosofía es de la calle puede cantar Casas con Calamaro y Juanse. El boedismo zen también tiene más ansiedad que religión; aunque la sofrena: el “realismo Márcico” no es el realismo Orteguita cucurtiano, el “realismo atolondrado”. Casas es un border pero del rock: está entre el Rock y la Cultura: al estilo Zappa pero con buena onda védica. Porque Zappa, agresivo, era al rock algo así como lo que Gombrowicz a la literatura: una máquina sarcástico-cínica, pero que en vez de apelar a la cultura baja para atacar – porque el rock era más bien la cultura baja – apelaba a Stravinsky. Casas es la izquierda cristiana-populista frente a la derecha hedonischeana de Rozitchner, el otro filósofo-rockólogo. Dentro de la filosofía-rock Rozitchner es la nueva Florida: son los chicos del centro denunciando el resentimiento orgánico de las huestes de fans de Divididos y Los Redondos. Una aplicación de Nietzsche al campo chabón. La rockología filosófica de Casas (Boedo) ofrece la contraparte yopenjaueriana y barrial. Mal que mal, o que bien, son sendos alegatos lúcidos que valen para escapar de un universo aplanador, podrido y acabado: el pensamiento rockero medio, el Zeitgeist de los quemados promedio, “idiotizados por el rock” como dice un famoso poema del gran matón de Pami Lamborghini prosaico o say no more de la crítica Rodolfo Fogwill. El criticismo rockológico de Casas, en las antípodas o algo del de Rozitchner, está más cerca del de Peter Capusotto, sólo que opera por actos textuales más que por happenings de caja boba.
ENSAYO-CHABÓN, FICCIÓN-CABEZA
El ensayo va siempre a la zaga de la ficción. Mientras lo último en el ensayo nacional es el “ensayo-chabón”, correlato literario del auge aplanador del mentado rock-chabón (la mala onda es del hermano de Gastón Pauls no mía), la novela da un salto en largo… y alcanza a la cumbia. El tango, de Borges a Lambo… pasó. El escritor-rocker ya es una antigualla, Fresán ya es un monumento, una estatua sabatiana. El objetivismo en Casas termina calamarizado. La mezcla de punk y peronismo que intentan algunos bloggers nace atrasada. Otras eran las épocas cuando Cortázar hacía entrar a los negros en sus buques narrativos (Los Premios…); la música negra que hacía entrar Cortázar era Louis Amstrong. De Borges se recuerda un gesto nada a lo Casas: reivindicaba un tango obsoleto y originario, cuya fuente porno retomó O.L., que, al final, no era tan antiborges como se quería decir: le seguía los caminos que aquel vislumbraba sin seguir. Borges y Bioy, los señoritos que se reían de la plebeyada del tango-canción, del monumento de Gardel (…de ahí a Dolina). Borges de música no mucho, pero se encargó de posterizar, me acuerdo, además del desprecio a La Cumparsita, uno parejo a la cumbia; a la rumba. Se las tiró con aquella vieja rumba que todavía se oía en los 70: “la deplorable rumba El Manisero”...
Bueno, ahora llegó Cucurto. Y a darle rango de libro a la cumbia, a meter todo lo que vaya faltando en la Biblio de Babel.
Tengamos un ensayista-cumbiovillero.